La Plaza de la Villa en Madrid tiene un conjunto de edificios de distintas épocas y reiteradamente reformadas durante siglos. El más antiguo es la Casa y Torre de los Lujanes, de origen medieval, siglo XV, con algunas características góticas y mudéjares, en ella destaca la puerta tardogótica con su escudo. La Plaza también alberga La Casa de Cisneros del siglo XVI y por supuesto la Casa de la Villa del XVII, el edificio más importante y sede actual del Ayuntamiento de Madrid.
Debido a la escasa importancia que tuvo Madrid desde sus orígenes, el Concejo de la Villa no tuvo un inmueble propio hasta bien entrado el siglo XVII, por tanto, una vez establecida ya la Corte. Mientras, las reuniones del ayuntamiento se celebraron en una pequeña sala capitular situada encima del pórtico de la parroquia de El Salvador, en la calle Mayor, frente a la plaza de su nombre. Fue el 19 de agosto de 1619 cuando se celebró la primera sesión municipal en la casa que había sido de Juan de Acuña (presidente del Consejo de Castilla y pariente de comuneros) situada en la Plazuela de San Salvador, hoy Plaza de la Villa “…por razón de que Madrid quería derribar el viejo y el mismo corregidor que entonces era don Francisco de Villasis se mudó juntamente a las dichas casas para vivirlas”, según reza en Noticias de Madrid de Antonio de León Soto el Joven, platero de la Corte y testaferro de la intrahistoria madrileña.
En 1629, casi sesenta años después de la primera instalación de la Corte en Madrid, Felipe IV concedió licencia al Ayuntamiento para labrar sobre la dicha casa de Juan de Acuña, un edificio que le sirviera de sede, función que sigue desempeñando actualmente.
Hoy ABC -con algún patinazo de fechas- recoge la noticia de que la nueva sede del Ayuntamiento de Madrid está casi acabada. Será el espectacular Palacio de Comunicaciones. Espectacular, moderno, bien situado y más acorde con la grandeza que aquella pequeña villa adquirió un buen día como castigo –dicen- a la obcecación comunera de la entonces capital toledana.
A mí sin embargo me parece que el pequeño y casi oculto Ayuntamiento de Madrid era un buen reflejo de las Españas que fueron. Españas de grandezas periféricas y más allá. Españas ricas en la Corte y humildes de solemnidad en la Vida.
Ahora que el Palacio Real -otrora supernova derivada en agujero negro que absorbió la luz y la plata del Imperio- ya no tiene habitantes por ser demasiado lujoso y parecer alejado del sentir de un pueblo siempre humilde, y ahora que los Reyes de las Españas y los que nos gobiernan de verdad se alojan en discretos palacios en las afueras, resulta que los ayuntamientos – el de Madrid y otros muchos- y las Comunidades Autónomas –desde hace años- se apuntan al carro de la ostentación, a mostrar su buena salud y su recién adquirido poder con palacios más a su medida, con grandes premios de F1, con guggenheims, con consejerías faraónicas en las que se aparcan flamantes coches blindados y con fastuosas galas de premios regionales para potenciar la mediocridad de la aldea.
Alguno me argumentará –no sin razón- que todo es fruto del gran progreso económico y social que hemos conseguido en los últimos años y que la gestión descentralizada de los recursos –cuanto más próxima al ciudadano mejor- ha tenido mucha influencia en ello. Lo acepto y comparto, además añado que la administración descentralizada –puede que incluso la propuesta de administración única abundase en ello- es la principal correa de transmisión de la tan nombrada y deseada solidaridad constitucional.
Aún así, a mí no sé por qué, todo esto me da un tufillo a nuevos ricos, a olvidar lo que fuimos y a olvidar los problemas graves de los súbditos en nombre de empresas más importantes acordes con nuestra grandeza. ¿Les suena?
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