Una de las principales lecciones que hemos aprendido de los salvajes ataques terroristas ocurridos desde principios del SXXI a lo largo y ancho del planeta es que los estados fallidos cuentan mucho[1]. Cuentan por razones humanitarias y de estabilidad regional -como ya acordamos en occidente desde principios de los 90-, pero además cuentan por motivos fundamentales de seguridad nacional y compartida.
Y es que estos estados han aparecido brutalmente en nuestro panorama de seguridad clarificando por completo el confuso escenario estratégico surgido tras la Guerra Fría. Como afirmó Javier Solana en su conferencia “Algunas reflexiones sobre la actualidad internacional” en el Real Instituto Elcano: “Podemos enterrar definitivamente el mundo que vivimos, de forma fugaz, al final de la guerra fría”.
Afganistán, Kosovo, Bosnia, El Chad, Somalia, Liberia, Sudán, RDC, Irak, El Líbano y tantos otros, se han convertido –cada uno por motivos distintos- en territorios que de un modo u otro han acogido, promovido, tolerado o simplemente alojado, a redes terroristas, a bandas de crimen organizado, a organizaciones de tráfico de drogas y armas y a mafias de tráfico de personas, que de un modo u otro nos han acabado afectando.
Se ha demostrado firmemente que dejados en un limbo de abandono estos estados se convierten en intersticios sin vigilancia donde proliferan las amenazas que tarde o temprano nos golpean en nuestros pretendidamente seguros territorios pero además, también se ha demostrado que se convierten en focos de injusticia, inestabilidad, desigualdad y desgobierno que activan espirales de violencia en sus poblaciones y en las de los países colindantes.
Este cambio profundo del panorama estratégico nos ha abierto los ojos a una compleja realidad que la Guerra Fría tenía escondida bajo la alfromba que desplegó sobre todo el globo. Nueva realidad que poco a poco ha ido apareciendo reflejada en las estrategias de seguridad de la UE[2], de EEUU[3], del Reino Unido[4] y en nuestros documentos de referencia estratégica: la Estrategia Militar Española[5], la Directiva de Defensa Nacional 1/2004[6] y la Ley de Defensa Nacional 5/05[7].
Y dado que, como ya anuncian nuestras estrategias, las emergentes y ya presentes nuevas amenazas para la seguridad están estrechamente relacionadas con los estados fallidos, y que para contrarrestarlas proliferan –y proliferarán en el futuro- las acciones de prevención, estabilización y reconstrucción de éstos, parece lógico pensar que es necesario plantearse la mejora de la eficacia de las herramientas nacionales involucradas en estas labores, todas ellas.
Tres acotaciones a la anterior afirmación han de hacerse previamente al desarrollo del resto del razonamiento:
1. Los estados fallidos son, o pueden ser, cobijo de las nuevas amenazas ya enumeradas (terrorismo trasnacional, traficantes de inmigración ilegal, crimen organizado, armas de destrucción masiva) por su incapacidad de hacer imperar la ley en sus respectivos territorios. Pero además, otros nuevos ambientes de riesgo que se ciernen sobre la seguridad y la estabilidad mundial (competencia por los escasos recursos energéticos futuros, la pobreza y desigualdades crecientes y el cambio climático principalmente[8]) tendrán especial cruel influencia sobre precisamente estos estados fallidos –o a los denominados frágiles- multiplicando la amenaza debido a los efectos peligrosos que desencadenarán como guerras civiles, éxodos masivos, limpiezas étnicas, pandemias, hambrunas y radicalización. Según un reciente informe de International Alert[9] hay 46 estados en el mundo que pueden ver disparadas sus ya altas tensiones internas y externas desembocando en distintos tipos de conflictos armados a causa del cambio climático y 56 con riesgo alto de desestabilización política. Entre los primeros se encuentra Argelia, Senegal, Gambia, Guinea, Ghana, Costa de Marfil, Nigeria, Sierra Leona, Chad, RDC, Burundi, Israel, Líbano, Jordania, Pakistán y Afganistán; entre los segundos se encuentran Marruecos, Mauritania, Sahara Occidental, Libia, Egipto, Albania y Kosovo. No es necesario remarcar el carácter de vital que la estabilidad en muchos de los apuntados representa para nuestra seguridad integral.
3. No todos los estados frágiles o fallidos serán motivo de intervención por parte de España y/o sus aliados en el futuro. Por supuesto se requiere una reflexión estratégica profunda que conduzca a una delimitación clara, realista y limitada, de cuales son aquellas zonas del planeta que por su directa influencia en nuestra seguridad nacional y/o compartida son susceptibles de desencadenar acciones de prevención, estabilización y reconstrucción. A tal efecto una estrategia integral de seguridad nacional que los contemplase explícitamente y que sirviese de guía a todas los departamentos y organizaciones nacionales e internacionales sería muy útil y recomendable. Pero además hay que tener en cuenta que ninguna de estas crisis son iguales, todas comparten bases conceptúales similares pero ninguna se puede abordar con respuestas estandarizadas. El determinar cual es la aproximación correcta a cada conflicto o crisis, y las consecuencias de las acciones que se planteen, es un esfuerzo intelectual que se requiere hacer a nivel precisamente estratégico. Las experiencias más recientes –desde UNPROFOR en Bosnia o la intervención en Kosovo y Afganistán hasta la invasión de Irak- han demostrado que carecer de una hoja de ruta clara, planeada hasta el detalle y valorada en todas sus consecuencias, es apostar en una ruleta rusa muy peligrosa.
Una vez hechas estas tres aclaraciones a la formulación principal, se debería concluir que la prevención, estabilización y reconstrucción de estados frágiles o fallidos es una tarea fundamental –sino la más fundamental- para la creación de ambientes seguros internos y externos; y que además de ser nuestra realidad actual fundamental en el ámbito de la acción exterior, es casi con toda probabilidad el entorno en el que nos desenvolveremos durante los próximos treinta años.
Pero yendo más allá, deberíamos concluir que los estados fallidos y frágiles que se producirán y multiplicarán como consecuencia de los nuevos ambientes que se nos avecinan y los conflictos híbridos[10] que les rodean –y rodearan-, así como los actores que encuentran acomodo en los vacíos de poder que generan, son casi con toda probabilidad la principal amenaza futura para nuestra seguridad y las de nuestros vecinos mediterráneos de los que dependen sobremanera nuestra estabilidad económica, comercial, energética y social; al fin y al cabo nuestra seguridad y la de países de cuya estabilidad dependemos.
En rojo los países con alto riesgo de conflicto armado potenciado por el cambio climático en rojo. En naranja, países con grave riesgo de desestabilización debido a las tensiones que producirá el cambio climático. Fuente: Internacional Alert 2007.
Si convenimos por tanto que estas situaciones de conflictos híbridos en estados fallidos o frágiles de interés estratégico para nuestra seguridad son la amenaza principal a la que nos enfrentaremos en un futuro, y que forman ya parte fundamental de nuestro presente, deberíamos inferir que será también cada vez más habitual que las autoridades políticas se vean obligadas a actuar sobre estas situaciones para intentar contener sus consecuencias sobre nuestros intereses nacionales. Y desde luego una de las herramientas –no la única desde luego- que utilizarán habitualmente serán nuestras FAS.
Finalmente, y si este análisis es acertado, cabe preguntarse si estamos preorando nuestras FAS para lo que vendrá o las seguimos preparando para la Guerra del Golfo de 1991. Desde luego es un vicio político-militar habitual -aquí y en Pernambuco- prepararse para la guerras ya acabadas. EEUU lo está pagando muy caro.
En mi opinión, nuestro futuro está inevitablemente unido a conflictos híbridos donde deberemos desarrollar acciones exteriores integrales de seguridad, estabilización y reconstrucción en ambientes tremendamente complejos donde grandes concentraciones de desplazados intentarán acceder a los recursos vitales estén donde estén, donde la radicalización será creciente y por tanto el temido binomio insurgencia-terrorismo proliferará, y donde las estructuras de los estados estarán completamente colapsadas.
Y muy probablemente esto ocurrira en el Norte de África, donde nuestros intereses energéticos, de estabilidad regional y territoriales son verdaderamente vitales, ya hoy.
[1]La primera estrategia de seguridad librada tras el 11S fue la estadounidense de 2002. Textualmente afirmaba: “America is now threatened less by conquering states than we are by failing ones”. National Security Stratregy. Presidente de los EEUU. Septiembre de 2002.
[2] Del punto I (Nuevas Amenazas) del documento “Una Europa segura en un mundo mejor”: “Estados en descomposición y delincuencia organizada: Cuando los Estados se descomponen, la delincuencia organizada toma el relevo. Las actividades delictivas que se desarrollan en estos países afectan a la seguridad de Europa”. Pág. 6.
[3] Del la National Security Strategy 2006: “The goal of our statecraft is to help create a world of democratic, well-governed states that can meet the needs of their citizens and conduct themselves responsibly in the international system” . Pág. 1. “If left unaddressed, however, these different causes lead to the same ends: failed states, humanitarian disasters, and ungoverned areas that can become safe havens for terrorists”. Pag 15.
[4] De la National Security Strategy 2008 del Reino Unido: “Currently, most of the major threats and risks emanate from failed or fragile states”. Punto 3.21. Pág. 14.
[5] Estrategia Militar Española. EMAD. Punto 41. Pág. 16.
[6] Ver cita inicial de esta introducción.
[7] De la exposición de motivos de esta ley: “Disminuyen las guerras de tipo convencional, pero proliferan conflictos armados que, tanto por sus causas como por sus efectos, tienen implicaciones notables más allá del lugar donde se producen”
[8] Sobre este asunto cabe destacar que hay tres documentos definitivos que advierten que las duras repercusiones (hambrunas, radicalización y guerras civiles) del cambio climático en estados frágiles/fallidos será probablemente la peor amenaza futura a medio-largo plazo para nuestra seguridad y la de nuestros aliados. A saber: “National security and the threat of climate change” de la CNA Corporation en octubre de 2007, “Climate change and international security” del Alto Representante de la UE al Consejo de la Unión Europea de marzo de 2008 y la “National Security Strrategy” del Gobierno del Reino Unido en marzo de 2008. Textualmente del segundo selecciono: “Climate change is best viewed as a threat multiplier which exacerbates existing trends, tensions and instability. The core challenge is that climate change threatens to overburden states and regions which are already fragile and conflict prone. It is important to recognise that the risks are not just of a humanitarian nature; they also include political and security risks that directly affect European interests”. Del ultimo selecciono: “Climate change is potentially the greatest challenge to global stability and security, and therefore to national security”.
[9] A climate of clonflict. Dan Smith y Janani Vivekananda. International Alert. Noviembre de 2007.
[10] El concepto “guerras híbridas” creado por Hoffman y Mattis es probablemente el concepto que mejor se ajusta a los conflictos que afrontamos –y afrontaremos- en del siglo XXI. Estos dos autores opinan que es simplista diferenciar los conflictos en parcelas conceptuales estancas como baja y alta intensidad, mantenimiento de la paz y guerra, regular e irregular, contrainsurgente o de reconstrucción, y que los conflictos se plantean siempre complejos, multiformes y en cierto modo confusos. Los adversarios no estatales que proliferan en los estados fallidos son cada vez más flexibles y sofisticados en sus métodos y entienden que la consecución de sus objetivos requiere de la utilización oportuna de todos las herramientas a su alcance (terrorismo, insurgencia, subversión, desplazamientos de población, acciones convencionales, asaltos al poder estatal y limpiezas étnicas) siempre que sean adecuadas para alcanzar sus objetivos.
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