Blog de seguridad y defensa

jueves, 16 de agosto de 2007

El Kurdistán: los medos sin tierra.

Ante el ataque de hoy en el norte de Irak a la comunidad yazidí de origen kurdo me reafirmo en lo dicho en “Bombardean nuestros suministros”:
“Si a alguien odian más que a nuestros regímenes infieles es a los propios gobernantes “islámicos moderados” que han apostatado de la fe verdadera bajo el paraguas de europeos y estadounidenses...”

En fin, una tragedia inmensa que no ocupará los titulares más que uno o dos días, que probablemente nunca dará lugar a un juicio justo y que con toda seguridad no generará ayudas por parte de nadie a las familias de las víctimas. Realidades y existencias paralelas de la misma historia.

Pero pésame y frustración aparte, a mí todo lo que ocurre en el Kurdistán iraquí me genera tremendas dudas y recelos sobre otro asunto relacionado muy directamente con él y que nos toca muy de cerca, la adhesión de Turquía a la UE. Y es que el problema kurdo es uno de los lastres que Turquía arrastra en su incierto camino hacia la Unión Europea. Por ello no es de extrañar que en países poco favorables al ingreso turco se siga y se señale con mucha atención –en España pasa casi desapercibido- los asuntos fronterizos que Turquía mantiene por aquellos lares, “El polvorín kurdo” de Radio Nederland Wereldomroep es un magnífico ejemplo.
Paracaidistas españoles patrullan el Kurdistán iraquí en 1991.

Y es en este punto donde alguien siempre recuerda que si tan sólo un 3% del territorio y un 11% de la población de Turquía se encuentran geográficamente dentro de Europa, ¿es Turquía un país europeo? Bueno, lo cierto es que Turquía fue admitida en el Consejo de Europa en 1949, en 1959 solicitó ser miembro asociado de la Comunidad Económica Europea (CEE) y en 1987 presentó una solicitud para convertirse en miembro de la Comunidad Europea (CE). El Consejo Europeo de Helsinki concedió a Turquía el estatus de país candidato para la adhesión a la UE en 1999.

Desde luego, la cuestión de la adhesión turca está suscitando muchos debates políticos y sociales en Europa, la postura oficial de Bruselas es que Europa no es un concepto geográfico o religioso sino un espacio que comparte una serie de valores sociales, económicos y políticos, sin embargo, un personaje de tanto peso en la construcción europea como Giscard d’Estaing ha llegado a afirmar que la adhesión de Turquía sería el final de la Unión Europea”. Y es que mientras gobiernos de países con peso en la UE como Reino Unido o España son favorables a la adhesión de Turquía, el escepticismo parece haberse instalado en los países con una minoría turca numerosa, especialmente en Alemania, Francia, Austria, Países Bajos y Bélgica.

Esto ha originado que la cuestión haya pasado de ser un asunto político-económico a una profunda discusión de carácter cultural y nuclear sobre la identidad europea en la que algunos dirigentes consideran a Europa como un “club cristiano” –los democristianos europeos presumen de haber creado y mantenido la bandera de Europa con doce estrellas en honor a la corona de la Virgen María- y otros creen que la inclusión de un país mayoritariamente musulmán en la UE sería una tremenda ventaja, no sólo económica, sino ante nuestros problemas globales de política de seguridad y defensa.

Corona de la Virgen en vidriera de la Catedral de Estrasburgo, presunto origen de la bandera de Europa.

Desde el punto de vista social, los tres principales factores que determinan una actitud negativa entre la población europea hacia la adhesión de Turquía son las diferencias culturales -incluyendo la dimensión religiosa-, el enorme tamaño de la población del país y el temor de una nueva oleada de inmigrantes. A pesar de tener una tasa de natalidad decreciente, la población de Turquía alcanzará más de 80 millones para el 2015, casi igual que la de Alemania, lo que supondría un 14% de la nueva población de la UE en su conjunto. En este sentido el reparto institucional basado en la población daría a Turquía un considerable peso colocándola en pie de igualdad con los cuatro grandes (Alemania, Francia, Reino Unido, e Italia). Respecto a la inmigración, el efecto que sobre esta provocaría la adhesión a la UE es difícil de prever, ante el retraimiento demográfico general europeo hay quién considera que podría constituir una de las repercusiones económicas positivas de la adhesión a Europa a corto plazo.

Desde el punto de vista religioso su incorporación supondría un hito crucial ya que uniría, a los ya más de 18 millones de musulmanes que habitan en Europa, una población inmensa, lo cual supondría -según cálculos fiables- que la UE tendría entre un 30 a un 35 por ciento de población musulmana en 2050.

¿Pero es realmente importante en Turquía la religión musulmana desde el punto de vista político? Pues sí lo es, el papel político del Islam en Turquía – el llamado carácter secular, impuesto por Atatürk y vigilado por las FAS- no es en modo alguno una separación de la Iglesia y el Estado como pueda ocurrir con el principio de la “laïcité” en Francia. El secularismo se manifiesta con la relegación de las creencias religiosas a la esfera privada y la eliminación de los preceptos del Corán de la vida pública pero las instituciones islámicas permanecen bajo el control del Estado. El gobierno supervisa las instalaciones y la educación religiosa, regula el funcionamiento de las mezquitas y de las fundaciones religiosas de beneficencia, incluyendo escuelas, hospitales y orfanatos, y contrata a los imanes locales y provinciales como funcionarios. El sistema secular cuenta con el apoyo de la mayoría entre la población del país, pero eso sí, la mayoría se considera musulmana devota y existen fuertes corrientes conservadoras, sobre todo en materia de género y su relación directa con la educación. En algunos sectores de la sociedad turca continúan las tradicionales prácticas abusivas sobre las mujeres y las niñas, existiendo una gran división entre la Turquía moderna y la Turquía tradicional, en definitiva entre el este (con el 95% de los crímenes de honor) y el oeste.

Desde el punto de vista político-militar no hay que olvidar que Turquía es miembro de la OTAN y socio preferente estadounidense en la zona, hechos que juegan a favor -presiones de EEUU incluidas- de su adhesión; sin embargo el problema con Chipre -miembro ya de la UE- y principalmente la tutoría que las Fuerzas Armadas ejercen sobre el Estado es algo completamente intolerable para el resto de la Unión que no entiende ni entendería el papel que el Ejército mantiene como garante y moderador de la vida política.

En el plano económico, la entrada de Turquía daría lugar a un descenso de los estándares medios económicos de la Unión debido a su débil economía, y por tanto exigiría más de los estados miembros ricos. El extenso sector agrícola que aglutina el 33% de la población activa turca constituye un problema grave para las actuales políticas agrarias europeas, al igual que muchos desequilibrios y diferencias regionales entre las áreas urbanas y rurales. Con toda probabilidad, Turquia precisaría de ayuda financiera por parte de la UE durante muchos años. Sin embargo, su ingreso abriría de par en par un mercado inmenso ávido de consumo, lo cual es una tentación importante para las economías más competitivas en el sector exterior- no es el caso de la española-.

Pero realmente sería en el ámbito geoestratégico y de seguridad donde Turquía añadiría una nueva dimensión a la política de la Unión, puesto que conllevaría una verdadera revolución en regiones de vital importancia como Oriente Próximo y Medio, el Mediterráneo, Asia Central, y el sur del Cáucaso. Y es que por un lado Turquía ejerce un papel clave en el tránsito de suministros energéticos hacia Europa provenientes de Oriente Medio, el Mar Caspio y Rusia, puede jugar un papel equilibrador en los Balcanes y en cierto modo su adhesión desactivaría la teoría del choque de civilizaciones usada por uno y otro lado para actividades poco civilizadas, pero por otro, Turquía podría arrastrar a la política exterior de la UE a un pantano en el que no parece demasiado apetecible –ni recomendable- habitar. Irak, Irán, Siria y Armenia son áreas donde la PESC –en ciernes pero en marcha- debería modificar el rumbo sensiblemente o condenarse para siempre a su desintegración para admitir que cada estado de la Unión debe ir por libre.

De momento, Abdulá Gül -islamista moderado- repite candidatura, tras un intento fallido, a la presidencia turca prometiendo defender el "laicismo constitucional". Pero las FAS turcas no se fían y están deseando tener un motivo para "enderezar el país" y de paso darse un paseo por el norte de Irak desde donde el PKK les sigue atacando con impunidad.

Habrá que seguir los acontecimientos con mucho detalle porque un movimiento en falso de uno de los actores puede desencadenar un efecto dominó sobre la zona más sensible del planeta.

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