Blog de seguridad y defensa

viernes, 14 de marzo de 2008

El nuevo e inalcanzable protectorado global.

Que EEUU haya liderado –y lidere- los procesos iniciados desde 1995 para la reconstrucción de estados fallidos en Bosnia, Kosovo, Afganistán e Irak es realmente una circunstancia cargada de muchas ironías. Al fin y al cabo, la reconstrucción nacional tutelada por la fuerza es un ejercicio de gobierno imperial como pocos y EEUU es la república más exitosa de la historia nacida de la lucha contra un imperio. Aquella que desde los principios del SXX alentó y luchó por la autodeterminación de los pueblos del mundo.

España y sus restos imperiales fuimos las primeras víctimas de esa cruzada antiimperial pero no sólo. En la Conferencia de Versalles de 1919, el presidente estadounidense se convirtió en el más notorio abogado del principio de autodeterminación que condujo a la disolución de tres imperios –el otomano, el de los Romanov y el de los Habsburgo- y el que garantizó la libertad nacional de los pueblos del este y sur de Europa.

Después de la IIGM, este mismo principio de autodeterminación fue el que inspiró la revuelta de los pueblos africanos y asiáticos contra la dominación colonial. Primero, fue el imperio holandés en Indonesia, luego el imperio francés en Indochina y norte de África, y más tarde los imperios belga y británico en África, todos sucumbieron frente a la desilusión y las revueltas colonialistas. Aunque no estuvo implicado, EEUU observó con agrado la agonía de estos imperios y se aprovechó directamente de su desaparición. EEUU buscó obtener influencia en las antiguas colonias europeas presentándose como el ejemplo de levantamiento anticolonial modelo.

Respecto a la reconstrucción nacional de Bosnia, Kosovo, Afganistán e Irak se debe emplear la palabra imperial aunque estas zonas fronterizas no vayan a ser ocupadas a perpetuidad y gobernadas como colonias. Es un ejercicio imperial porque todos ellos están en cuidados intensivos y dependen, para su supervivencia, de los ejércitos extranjeros, la ayuda internacional y el protectorado de las grandes potencias. El proyecto de construcción nacional llevado a cabo en los cuatro países es imperial porque su objetivo primordial consiste en la creación de orden en las fronteras esenciales de las potencias y porque la fuerza armada, un instrumento que sólo puede ser empleado con impunidad por las grandes potencias, es básico para la tarea. Por último, es imperial porque mientras el poder nominal reside en Bagdad, Kabul, en Sarajevo o en Prístina, el poder real continúa siendo ejercido desde Londres, Washington –principalmente- o París.

Supuestamente la construcción nacional no debería ser un ejercicio de colonialismo, pero la relación entre los habitantes locales y los extranjeros es intrínsecamente colonial. Los locales traducen, limpian y conducen, y mientras los extranjeros se dedican a la gloriosa planificación imperial.

Pero el imperialismo, de penosa reputación, no deja de ser a veces necesario por muy políticamente incorrecto que sea. En ocasiones los países se derrumban por causas diversas creando inestabilidad en las fronteras, mercados e intereses, y cuando lo hacen, sólo la ayuda y tutela exterior –el poder imperial- puede hacer que vuelvan a ponerse en pie.

Otra paradoja con respecto a esta política de reconstrucción de la estabilidad en las fronteras del imperio, es que el imperio requiere de unas herramientas estatales de gran tamaño y el nuevo imperio estadounidense está siendo liderado ahora por una administración republicana que odia los estados grandes. De todos modos, su forma de sortear esta contradicción pasa por obligar a sobrellevar a sus aliados las cargas de las que no les gusta preocuparse. En la nueva división imperial del trabajo, los estadounidenses se encargan de la mayor parte de los combates, mientras que los europeos y japoneses, que no ponen reparos ideológicos a los estados de gran tamaño pero no les gusta combatir, están felices de dedicarse a los aspectos más amables de la construcción nacional: carreteras, colegios, instalaciones sanitarias y agua potable.

Y por último no deja de ser paradójico que aquellos liberales que siempre han apoyado aquellas creencias que provienen de las luchas antiimperiales: la idea de que todos los seres humanos son iguales y de que todos los grupos humanos poseen el derecho de gobernarse a si mismos libres de la interferencia extranjera, acaben apoyando alegremente la creación de un nuevo imperio humanitario, una nueva forma de tutela colonial de Kosovo, Bosnia, Afganistán e Irak.

Pero esta crisis del orden estatal no se ha producido únicamente en los Balcanes Irak, o Afganistán. Se trata de un fenómeno global. El nuevo imperio occidental es un intento de solucionar la crisis del orden estatal que ha seguido a tres procesos de descolonización: la caída del imperio otomano, la salida soviética de Europa del este y el abandono europeo de África y Asia. Estos fracasos son lo suficientemente importantes como para generar una crisis continuada en el orden del mundo globalizado. A la época imperial debió haberla sucedido una época de estados-nación independientes, iguales y autogobernados. En realidad, lo que le ha sucedido es una época de tiranía, inestabilidad, corrupción, limpieza étnica y fracaso estatal. Es en este contexto donde ha reaparecido el imperialismo. Esta crisis se ha ido gestando durante muchos años, pero el mundo desarrollado no ha hecho nada porque sus intereses vitales no estaban en juego.

Sin embargo, a medida que empezamos a expandir nuestros mercados y alcanzar a todos los habitantes del globo mientras les comprábamos sus recursos energéticos, nos hicimos interdependientes de la estabilidad de muchos lugares que hasta entonces poco nos importaban.

Establecimos sin querer lazos de interdependencia que ahora nos atan inevitablemente. Fue entonces cuando empezamos a preocuparnos por las catástrofes humanitarias –sólo algunas claro- y comenzamos a buscar soluciones que impidiesen la inestabilidad del imperio global del capital.

Para solucionarlo primero intentamos aplicar ciegamente la teología del desarrollo para verla ahogarse en la corrupción y el desgobierno. Después creímos que la globalización como fenómeno podría por si solo ser un motor del progreso y orden. Pero los mercados no son capaces de crear orden por sí mismos; los mercados necesitan orden para funcionar y el único método conocido hasta ahora para hacerlo son los estados. Una economía globalizada no puede funcionar en ausencia de esta estructura de autoridad y poder de coerción, y allí donde desaparece, los mercados se derrumban y el crimen, el caos, y el terror, echan sus raíces en los intersticios no vigilados y podridos.

Ni Estados Unidos ni los europeos prestamos demasiada atención a todos estos asuntos hasta hace bien poco. EEUU ganó la Guerra fría gracias a un empeño verdaderamente estratégico y en 1991 el imperio se consolidó en un momento de distracción. A partir de 1991, las sucesivas administraciones han pensado que serían capaces de ostentar un dominio imperial de bajo de coste, gobernado el mundo sin necesidad de poner en pie una nueva arquitectura imperial –nuevas alianzas militares, nuevas instituciones legales, nuevos organismos internacionales- para que un mundo poscolonial y postsoviético pudiera reemplazar la escena que Roosevelt, Churchill y Stalin habían creado para el mundo posterior a las guerras mundiales.

Lo cierto es que, desde una perspectiva global más amplia, la hegemonía global estadounidense en el siglo XX ha coincidido con la desintegración de estados europeos, africanos y asiáticos donde los intereses del mercado de nuestras democracias capitalistas eran importantes. Este contexto más amplio ayuda a explicar por qué el proyecto imperial –la consolidación de zonas estables en áreas de interés vital- está revelándose como algo necesario. Pero el problema imperial supera el ámbito de Afganistán, Bosnia, Kosovo e Irak. Se necesitaría nada menos que la reconstitución de un orden global de estados-nación estables.

A nuevo mercado global, nuevo protectorado global. Desgraciadamente esto se encuentra fuera del alcance incluso del imperio más poderoso.

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