Bernard Koucher es el ministro francés de AAEE y Europa, fue Alto Representante –virrey- del Secretario General de NNUU en Kosovo a partir del año 1999 y quizás sea el personaje clave en la extraña mutación que han ido sufriendo las intervenciones humanitarias contemporáneas, y muy en concreto, un actor protagonista de lo ocurrido en Kosovo desde 1998.
Kouchner comenzó hace más de treinta años como un joven doctor que trabajaba para la Cruz Roja en la Guerra de Biafra. Entonces, al igual que ahora, la Cruz Roja observaba una silenciosa y estricta neutralidad, sin hablar en público de los abusos que sus delegados presenciaban durante su labor humanitaria.
Pero en Biafra, Kouchner, recién salido de la facultad de medicina y todavía imbuido del espíritu del mayo del 68, lideró la revuelta en contra de la doctrina de la neutralidad silenciosa. Se arrancó el brazalete de la Cruz Roja, denunció la actitud nigeriana y un tiempo después fundó Médicos sin Fronteras. Esta organización rival de CCIR rechazó la política de silencio y apostó decididamente por la denuncia de los excesos.
Mientras que las organizaciones humanitarias hablan de un espacio humanitario necesario para llevar a cabo sus labores sin interferencias políticas de los señores de la guerra y de sus gobiernos nacionales, Kouchner era uno de los que afirmaba que este intento de desligar el humanitarismo de influencias políticas y del poder estatal era una ilusión. Para él lo importante era que los intereses estatales fueran moralmente aceptables, es decir, coherentes con los principios humanitarios básicos. Y lo que era más importante, según Kouchner, es que en el mundo existían las llamadas crisis humanitarias que en realidad eran políticas, y sólo se las podía afrontar mediante un ejercicio decidido del poder estatal.
Con este ideario entró en la política francesa en 1988 y comenzó como Secretario de Estado del gobierno francés a hacer campaña internacional a favor del recién creado concepto de “el derecho de injerencia humanitaria”, el derecho de otros estados a intervenir con medios militares cuando un estado reprime a sus propios ciudadanos con la fuerza.
Este supuesto derecho de injerencia humanitaria no se reveló únicamente como una abstracción intelectual parisina. Sus frutos no tardaron, y por primera vez se utilizó este argumento para una operación militar en 1991 en protección del pueblo kurdo represaliado por Sadam Hussein en el Kurdistán iraquí. España, también socialista como el gobierno Miterrand, no dudó en apoyar aquella operación –Provide Comfort-, la cual supuso la primera misión exterior del ET español con fuerzas –una Bandera Paracaidista apoyada con Chinooks- desde 1975.
La experiencia no fue mala y sin duda animó e impulsó el concepto de intervención humanitaria en las cancillerías. Desde luego ejerció su plena influencia sobre el desafortunado despliegue –eufemismo hipócrita por mi parte- de UNPROFOR en BiH.
UNPROFOR -a la que España también se adhirió inmediatamente en pago continuo de otro tipo de favores- reveló las debilidades nucleares de la injerencia humanitaria, el humanitarismo político-militar tuvo su propio Waterloo en Sbrenica. Tras aquel suceso, y el asedio final de Sarajevo, las intervenciones que defendía Kouchner perdieron toda su credibilidad y tras 1995, el concepto de intervención humanitaria cambió radicalmente. Bosnia había demostrado que no hay posibilidad alguna de ejercer por medios militares una acción humanitaria autónoma y apolítica en medio del campo de batalla. O ayudas a una parte a ganar, o la ayuda humanitaria sólo servía para el engorde de la población para la matanza. En Bosnia, hasta que no se hizo uso de la fuerza contundente contra una de las partes, la guerra y las masacres no acabaron.
La intervención militar de la OTAN en Kosovo fue en realidad el hijo ilegítimo de las intervenciones humanitarias neutrales fracasadas y la siempre resolutiva y convincente fuerza bruta.
Más que ningún otro Kouchner había contribuido a crear este modelo de intervenciones militares humanitarias, y más que ningún otro, este fracaso bosnio le llevó a Kosovo como alto representante de las NNUU. En realidad, Kouchner representa la tortuosa historia del humanitarismo contemporáneo, y su matrimonio de conveniencia con el poder estatal y la fuerza militar.
Y más que ningún otro Kouchner fue sufridor y parte de la ya famosa resolución 1244. Esta resolución, en realidad política ficción, fue solamente un acuerdo de Occidente para mantener nominalmente el sistema de soberanía estatal sobre el que se basan las NNUU y conceder a una tambaleante Rusia un pequeño resarcimiento por su paciencia y colaboración durante los bombardeos. Las apariencias se debían mantener a toda costa, aunque la entidad a la que se suponía soberana en Kosovo, la República Federal Yugoslava fuese una reliquia tambaleante que había sido expulsada de su propio territorio y a la cual se había bombardeado sin agresión previa. Pero los engaños no pueden salvar las apariencias para siempre.
El dilema más importante que ilustra el caso de Kosovo es que una vez se ha empleado el poder imperial para corregir las violaciones de los derechos humanos, se ha iniciado el camino que conduce a la alteración de la soberanía e incluso a la modificación de fronteras. Aquí por supuesto también se utiliza doble rasero. EEUU y Francia apoya la lucha kosovar por la autodeterminación, pero nunca apoyará a los chechenos en contra de los rusos o a los musulmanes uigures en contra del gobierno chino.
Con todo: miserias, injusticias, matanzas, miedos y principios humanitarios de por medio, Kosovo nunca volverá a manos serbias. Se convertirá en algún tipo de entidad independiente, incluso si deben emplearse varias clases de ficciones, como en los casos de Taiwan y Macedonia. Lo demás son mojigaterías. Y ni Francia ni Kouchner están ya para mojigaterías a estas alturas de la película humanitaria.