Blog de seguridad y defensa

jueves, 24 de enero de 2008

La OTAN en el filo.

¿Es necesario un nuevo concepto estratégico de la OTAN?

Parece que la respuesta obvia es sí. La situación global ha variado tanto desde 1999 que parece inevitable la modificación. La Guerra Fría acabó y el mundo basado en la teoría del “fin de la historia” que apareció a su fin, también lo ha hecho.

De repente la OTAN se enfrenta a asuntos que han desbordado aquel ya antediluviano concepto del 99 y parece no encontrar respuestas en él, estos asuntos se pueden resumir en: su nuevo alcance global, su desconocida faceta de apoyo en catástrofes, la lucha contra el terrorismo, los nuevos socios en el precipicio este de Europa, la peliaguda operación en Afganistán, las operaciones en conjunción de aliados asiáticos y oceánicos, la contrainsurgencia, la amenaza de la inmigración incontrolada y, fundamentalmente, la creciente insolidaridad aliada.

Las razones para el cambio son muchas y bien fundadas pero, como desgraciadamente suele ocurrir, tener buenas razones no significa llegar a buenas conclusiones. Y menos si a esas conclusiones se llega sometiendo la razón a intereses particularistas.

¿Es oportuno un nuevo concepto estratégico de la OTAN?

Pues parece que la respuesta no tan obvia es no. El momento que vive la Alianza es el más delicado de toda su existencia y muy probablemente el abrir una discusión sobre hacia dónde vamos, nos conducirá inevitablemente a la fractura. Y es que razones hay unas cuantas para no abrir este melón:

La primera, y posiblemente la que subyace tras todas las divergencias aliadas, es que la amenaza ha desaparecido. Como ya sugirió Lord Palmerston en el siglo XIX, los estados no tienen ni amigos ni enemigos perennes, sólo tienen intereses que defender. Y al desaparecer la amenaza común, y por tanto nuestro mutuo interés de defensa colectiva, ya no hay cotos para buscar otros intereses (también legítimos si duda) allá donde cada nación lo estime oportuno. Y para esto, la OTAN empieza a ser un estorbo.


Rusia, que percibe seriamente a la OTAN –con razones objetivas sin duda- como una amenaza para sus intereses en el espacio post-soviético, está construyendo una red de estrechas relaciones con varios socios euro-atlánticos -el principal y más decisivo el energético, aunque no el único- que empieza a obligar a estos últimos a desgajarse de la Alianza. Francia, Alemania e Italia –ahí es nada- no pueden permitirse un enfrentamiento abierto con Rusia y hace ya tiempo que están obligados a templar su postura en muchos asuntos, y en su participación en la OTAN también.

Pero no son sólo estos “grandes” los únicos que ven en jaque importantes intereses nacionales en cierto modo contrapuestos a los de la OTAN, lo cierto es que todos los demás empezamos a tener intereses estratégicos ciertamente divergentes entre nosotros. Pensar que hoy en día, Lituania o Polonia perciben riesgos parecidos a Dinamarca o Noruega, o que la República Checa percibe los riesgos que España ha visto convertirse en amenaza, es un tremendo ejercicio de ingenuidad. En realidad los propios intereses legítimos de cada nación están ejerciendo un efecto centrífugo sobre la OTAN ,y cada vez la Alianza se ve más incapaz de poner sobre la mesa alguna fuerza centrípeta con la que atraer cierto consenso.

En segundo lugar, además de estos alejamientos que crecen entre los aliados europeos, es necesario destacar la profunda fractura que produjo la intervención en Irak entre la “vieja Europa” y EEUU. Esta división se ha complicado por el indudable daño que está produciendo el efecto desconcertante de los tremendos cambios de rumbos en las políticas exteriores aliadas dependiendo del color de la administración que se sienta en las mesas de representación internacional. En muy pocos años –sino meses- la misma nación mantiene posturas casi completamente encontradas en política exterior -hecho que no es patrimonio exclusivo de España, véase el caso de Francia, de Alemania, de Italia, de Polonia y algún otro que vendrá- y la desconfianza entre unos y otros crece a cada momento.



En tercer lugar, la relación OTAN-UE establecida en los acuerdos Berlin-Plus no está funcionado realmente como se pensó. En realidad UE y OTAN están empezando a competir claramente por los escasos recursos de defensa que las naciones europeas conservan. La primera víctima de esta competencia ha sido las Nato Response Forces que han perdido su costosa FOC (Full operational capability) en tan sólo un año desde su declaración en la Cumbre de Riga.

En cuarto lugar, en nada está favoreciendo a la OTAN que precisamente aquellos que propugnan con más ahínco la necesidad de fortalecerla sean los que también impulsan superarla mediante la creación de una “Alianza de democracias” de carácter más político (por tanto indudablemente con más poder) en la que se puedan aliar naciones que ya operan a nuestro lado sin que haya un compromiso recíproco por nuestra parte (Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur y Japón principalmente).

En quinto lugar, el inevitable y crucial asunto de Afganistán. La insolidaridad galopante, los Caveats nacionales, las incapacidades mostradas y la falta de recursos y determinación política no son la razón de la crisis aliada sino más bien son los graves síntomas de una enfermedad que está localizada muy lejos de Kabul. En realidad, el ser capaces de atajar estos síntomas, es la clave del posible éxito o fracaso de la OTAN.

Y por último, pero no menos importante en absoluto, el momento actual no es el idóneo para afrontar ninguna reforma. EEUU –no sólo, Reino Unido y España también- se enfrenta a una nueva administración en 2008 y eso va a paralizar y maniatar la política occidental durante casi un año. Para desarrollar un nuevo concepto estratégico, y poder presentarlo en 2009, los trabajos de desarrollo y negociación ya debían de estar en marcha hace tiempo y en realidad ni siquiera se han iniciado (pese a que el Allied Command Transformation ya trabaja de manera informal en ello).

Todo lo anterior lleva a inferir que, pese a que conceptualmente su necesidad es indiscutible, no es el momento apropiado de abordar un nuevo concepto estratégico aliado debido, principalmente, a que no es el momento político adecuado. La división y tensión acumulada en los últimos 5 años es grande y, casi con toda probabilidad, una negociación abierta en este momento sobre hacia dónde ir, no conduciría más que a la quiebra definitiva de la maltrecha OTAN.

Tendremos que conformarnos con la somera “Comprehensive Political Guidance” aprobada en la Cumbre de Riga de 2006, la cual es en realidad la plasmación de aquellos pocos –que no escasos- consensos a los que hemos llegado los aliados.


La OTAN triunfó como nunca una Alianza en la historia había hecho, sin embargo, está cada día más cerca de “morir de éxito”.

2 comentarios:

  1. Hace tiempo leí en algún periódico extranjero (los únicos que tratan de estos temas alguna vez) que la extensión de la OTAN hacia el este impidiendo además a Rusia unirse a ella humillándola cuando se encontraba en uno de sus peores momentos había sido un error. Y ahora creo que tenía razón.

    La extensión al este no ha añadido capacidades nuevas excesivas (quizás Polonia) y a la vez ha contribuído a enfrentarnos a un aliado necesario para otros asuntos, como puede ser Irán.

    En cualquier caso sigo confiando más en la OTAN que en la EDA.

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  2. Pués sí, yo también.
    Pero creo que hay que repensar seriamente nuestro compromiso futuro, y reflexionar sobre qué quiere España de la OTAN y qué podemos esperar de ella.
    Ya no podemos ir más a remolque. Se acaban los tiempos de hermanos pobres y llegan los de influir y contribuir.

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