Karadzic y Mladic.
En octubre de 2000, en una revuelta liderada por Zoran Djindjic, Slodoban Milosevic fue derrocado como Presidente de la República Federal Yugoslava. Menos de un año después –en junio de 2001- fue conducido hasta la base estadounidense en Tuzla (norte de Bosnia) y consignado allí a los valedores del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY).
El gobierno serbio de Djindjic se deshizo de Milosevic unas horas antes de celebrarse la conferencia internacional de donantes prevista en Bruselas para el día siguiente. Estaban en juego 200.000 millones de pesetas de la época, así es que las autoridades de Belgrado prefirieron entregar a Slobo antes que arriesgar la ayuda internacional. El Tribunal Constitucional Yugoslavo había congelado horas antes la extradición, pero el Ejecutivo serbio de Djindjic desautorizó la medida «porque los jueces fueron designados en tiempos de Milosevic y trataban de ayudarlo». Casi cinco años después Slobo moriría completamente solo en su celda de La Haya.
Pero Djindjic y Milosevic no fueron siempre los enemigos que uno podía imaginar a tenor de lo anterior. Djindjic se apoyó en mafias, militares y unidades policiales, otrora afectas a Milosevic, para derrocarle y además, mantuvo durante casi una década abiertos de par en par sus canales de contacto con éste.
Dos años después de la extradicción, el primer ministro Djindjic fue asesinado por un francotirador que le disparó dos tiros en el tórax cuando entraba en el edificio sede del Gobierno, en el centro de Belgrado. Según la acusación, Djindjic fue víctima de la poderosa mafia belgradense conocida como "el clan de Zemun" y sus colaboradores en los servicios secretos y en la luego disuelta Unidad de Operaciones Especiales (JSO) de la Policía. Como autor del asesinato fue condenado Zvezdan Jovanovic, entonces subcomandante de la JSO, y como cerebro y organizador se condenó a
Milorad Lukovic alias Legija ("Legionario"), antiguo comandante de esa unidad de comandos y uno de los cabecillas del clan mafioso.
Lukovic "el legionario".
Lukovic tomó su apodo legionario de su tiempo de servicio en la legión extranjera francesa, de la cual desertó en 1992 para volver a Bosnia y unirse a los
tigres de Arkan, la peor y más salvaje unidad paramilitar serbo-bosnia, responsable de las matanzas de croatas en Vukovar y la Krajina y de bosniacos en Zvornik y Brčko. El legionario se enfrentó
combatiendo en la Krajina al
General croata Ante Gotovina que arrasó a sangre y fuego a los serbios de la región. Gotovina fue detenido en Tenerife en 2005 y desde entonces está frente al tribunal Penal para la Antigua Yugoslavia. Curiosamente Gotovina y Lukovic no eran tan enemigos como pudiere parecer, ambos sirvieron juntos en la Legión extranjera francesa durante años.
Ante Gotovina.
Pero tampoco Djindjic y Lukovic eran los enemigos que se podría uno imaginar. Para propiciar la caída de Milosevic y su régimen, Djindjic había negociado en octubre de 2000 con el Legionario, entonces jefe de las fuerzas especiales de la policía, los llamados boinas rojas, una unidad plagada de los paramilitares más sanguinarios de las guerras de Croacia, Bosnia y Kosovo.
A cambio de que los centenares de miles de manifestantes en las calles de Belgrado no atacaran a los policías y militares y, tal vez, de una futura inmunidad, Lukovic prometió a Djindjic que los boinas rojas no intervendrían para salvar a Milosevic. Después Djindjic llegó a declarar que no entregaría al Tribunal Penal Internacional de La Haya para la antigua Yugoslavia a las personas que habían facilitado la caída del régimen.
Tras unos incidentes, con disparos de por medio, el Legionario dejó su puesto en las fuerzas especiales y pasó a trabajar a pleno empleo con la mafia de Zemun, un barrio de Belgrado, rival del clan de Surcin, la zona donde se encuentra el aeropuerto de la capital serbia. El Tribunal de La Haya comenzó a presionar para la entrega de varios criminales de guerra reclamados, como el ex general Ratko Mladic y los responsables de las matanzas de Vukovar en Croacia. Además, el TPIY se interesaba por el legionario y los presuntos criminales de los grupos paramilitares, que se sintieron acorralados y amenazados de extradición. Presionado por el TPIY, Estados Unidos y la Unión Europea, que amenazaban con cortar los créditos a Serbia si no extraditaba a los presuntos criminales de guerra, Djindjic y su Gobierno parecían obligados a firmar nuevas extradiciones y así empezaron a deslizarlo a la opinión pública.
Pero en los Balcanes los favores se pagan. A Djindjic se le olvidó pagar el favor del Legionario y los boinas rojas el día en que cayó Milosevic y las balas de un francotirador se lo recordaron, al pueblo en general, y a Djindjic en particular.
Ayer, tras unos cuentos años sin saber nada de él, un camarada británico me ha mandado un mensaje para señalarme la detención de Karazdic. Karazdic fue el líder de los serbo-bosnios y cónsul principal de Milosevic en la guerra de Bosnia. Uno de sus muchos peones fue “el legionario” de Arkan.
Pues sí, le contesté. Karazdic por fin está detenido e irá junto a Gotovina a dar cuenta de las salvajadas cometidas. El legionario cumple condena de 40 años en Belgrado y tiene causas pendientes en La Haya. Milosevic murió solo y abandonado en una celda de La Haya y a Arkan le pegaron un tiro en la nuca en Belgrado ya hace ocho años.
Arkan y sus "tigres".
Efectivamente si hay alguna verdad inmutable en los Balcanes es que “los favores se pagan” o te los cobran...
Afortunadamente otra realidad se abre poco a poco paso entre tanta ignominia. Muchos han luchado -y algunos muerto- para ello, para que llegue un día en que también “los crímenes se paguen”.
Mi colega británico contestaba que era verdad, que poco a poco iba cayendo toda la chusma que se adueño de los Balcanes en aquellos malditos años pero que, aún así, él ya no sentía alegría por ello. Todo lo que sentía cuando le llegaban noticias de la región era tristeza y nostalgia.
Tristeza por los que ya nada pueden ver, ni decir, por los que murieron en aquella salvajada colectiva manejados –o simplemente ejecutados- por políticos, pensadores, jueces, militares, policías, criminales y religiosos. Tristeza por todos aquellos que no son capaces de hablar de aquello, aún habiendo conservado la vida. Muertos enterrados y muertos vivientes que abundan en los parques, cunetas y calles de aquella tierra.
Y nostalgia porque, en otro lugar y en otro tiempo, ese colega brit y yo, husmeábamos empresas, fábricas y pisos del entramado de apoyo económico a la familia Karazdic en Pale y sus alrededores con verdadero furor. Dos días, y sus respectivas noches, llegamos a pasar en el despacho de dirección de la fábrica FAMOS de Pale -donde Karazdic colocó su puesto de mando desde el que dirigir el cerco de Sarajevo- intentando junto a los interpretes obtener documentación sobre sus redes de apoyo. Eran días de emociones a flor de piel, de ideales y también, por qué no decirlo, de ingenuidades. No obtuvimos mucho éxito, pero mantuvimos la presión.
Mladic.
Ahora ya sólo quedan dos grandes perros de la guerra sueltos: Goran Hadzic, lider de los serbios de Croacia durante la guerra y el más peligroso, más salvaje y más frío de todos: Ratko Mladic. Este último morirá matando. Si no es así, me defraudaría. Su joven hija se suicidó durante las matanzas que su padre desencadenó en Bosnia con la pistola preferida de papa.